Reseña Anuario Filosófico: "Paisajes del pensamiento. Hacia una ética biográfica"

La ética es un conocimiento práctico orientado a alcanzar una existencia plena y una vida buena. Pero ¿tiene la ética una respuesta definitiva a cuestiones como la felicidad, el bien, el deber? Este es el interrogante que examina el volumen de Ortiz de Landázuri. A diferencia de una obra de historia de la filosofía, el libro aspira a ser una guía introductoria a la ética a través de una selección de autores particularmente influyentes en la construcción de este saber racional. El objetivo es ensayar una suerte de biografía de esta disciplina combinando la profundidad de los autores con una exposición accesible para un público general.

El libro consta de trece capítulos seguidos de un apéndice que compendia la propuesta ética de Henri Bergson. Más que adoptar esta perspectiva filosófica, el autor rescata la idea de que una ética basada únicamente en el cumplimiento de unas normas no hace justicia a la dinámica de la vida. En continuidad con el hilo conductor del libro, evidencia que el hombre, como artista de sí mismo, va progresando hacia la belleza de la propia vida. En efecto, este es el propósito de la ética: llevar la vida humana a plenitud. La racionalidad propia de la ética no es la de un cálculo de intereses sino la racionalidad que se pregunta por lo verdaderamente capaz de dar sentido y orientación a la vida. De aquí la importancia de volver a los orígenes de la disciplina.

Los cinco primeros capítulos abarcan el periodo de la filosofía antigua cuyas figuras emblemáticas son Sócrates, Platón, Aristóteles, Epicuro y Zenón. El denominador común de las tres primeras figuras es la pregunta por el fundamento de la vida buena. Sócrates planteará la ética como una búsqueda de respuestas racionales a la existencia humana. La enseñanza del padre de la ética es que por encima de las artes instrumentales hay una forma de conocimiento que se ocupa de lo justo y de lo injusto que es la que realmente importa en la vida. En efecto, ser feliz equivale a ser justo. Para Sócrates la auténtica racionalidad consiste en descubrir el fin adecuado y poner orden respecto a él. Platón es el primer pensador que da unidad al pensamiento ético. Su empeño intelectual se dirige a dar un fundamento a nociones como justicia, belleza, bien, a fin de que la civilización se pueda asentar en valores sólidos. El autor destaca dos aspectos de este filósofo. Por un lado, el evidenciar que el anhelo fundamental del hombre es un deseo de felicidad que consiste en la contemplación de la belleza y, por otro, el intento de hacer de la filosofía un modelo educativo que permita una sociedad justa a través de la contemplación del bien y la belleza. Su propuesta ética consiste por tanto en una combinación de contemplación y acción. El primero que desarrolla la ética como disciplina específica es Aristóteles. El núcleo de la ética del Estagirita hay que buscarlo en las nociones de vida y actividad en las cuales confluyen su metafísica y biología. Para Aristóteles la felicidad consiste en una vida conforme a la razón en la que se desarrollan hábitos a modo de una segunda naturaleza: estas son las excelencias llamadas virtudes. Entre los logros de Aristóteles, el autor destaca el vincular las acciones con la vida tomada en conjunto. Aparece así por primera vez en el pensamiento filosófico una reflexión sobre la biografía: el ser humano va construyendo su vida en una narrativa.

Una propuesta distinta de la ética plantean el estoicismo y el epicureísmo. Ambas posiciones apuntan a la felicidad como algo interno que debe depender de sí mismo y con ausencia de sufrimiento. Para el estoicismo el único proyecto vital sensato es mantener la voluntad imperturbable frente al mundo; de aquí el énfasis en no prestar atención a las emociones y sentimientos. En este contexto, tal como plantea el autor, es muy cuestionable la tesis de una razón desencarnada. Para el hedonismo la vida feliz consiste en perseguir el placer y evitar el dolor: vivir el presente buscando un gozo tranquilo. Aunque se trata de un mensaje sencillo, ambos planteamientos no dejan de ser minimalistas ya que no hay lugar para un enfoque biográfico de la vida.

Aunque el cristianismo no es una filosofía aporta valiosas perspectivas que ameritan una consideración dentro de la historia de la ética tal como atestigua san Agustín. La novedad del santo de Hipona es situar el amor como el fin del hombre haciendo de él la piedra angular de la ética: el amor como relación interpersonal que abarca memoria, afecto y voluntad. La felicidad no consiste en meras acciones virtuosas o en una pura contemplación sino en el amor que transforma y que encuentra en Dios su plenitud. El tinte biográfico de la posición agustiniana es claro: la felicidad tiene que ver con configurar la propia identidad original, lo cual solo es posible si se conoce de dónde venimos y a qué estamos destinados.

La modernidad supone un golpe de timón en el modo de filosofar. En efecto, después de Descartes el centro de gravedad es cómo obtenemos certeza. No sorprende entonces que la teoría empirista acerca del conocimiento humano elaborada por Hume resulte clave para comprender la ética. Rechazando la posibilidad de ir más allá de la experiencia empírica, Hume fundamentará la ética en experiencias particulares sentando así las bases de un nuevo modelo ético basado en el sentimiento y la utilidad que tendrá gran repercusión en filósofos posteriores, sea por su rechazo o porque se amplía hacia éticas utilitaristas. Ahora bien, si Hume representa la moral del sentimiento, Kant representa la moral de la razón. Es reconocida la revolución que supuso el intento del filósofo de Königsberg de fundamentar la moral en un aspecto formal, universal y objetivo previo a todo contenido empírico. La ética consiste en dar con las condiciones de posibilidad del deber moral. El principio de la moralidad como autonomía de la voluntad desplaza del centro de la reflexión ética la pregunta por la felicidad dando lugar al deber como un motivo de la pura razón. Al igual que en la posición de Hume, la dimensión biográfica de la ética queda diluida, en este caso, por la preeminencia de las acciones por deber. Desafortunadamente el rigorismo ético del planteamiento kantiano es incapaz de sustentar un proyecto vital con sentido.

Después del idealismo de Hegel solo parecen quedar dos caminos: o seguir la misma estela racional o combatirla. Este último camino es emprendido por Nietzsche cuyo pensamiento está muy presente en la cultura occidental contemporánea. Según Ortiz de Landázuri, una de las principales insuficiencias de la posición nietzscheana es afirmar que la satisfacción del querer es capaz de colmar los deseos humanos. Por el contrario, cuando más se afirma la vida no es cuando se impone frente al mundo sino cuando se experimenta la afirmación desde afuera, es decir, desde alguien que nos quiere. Es el amor el que impone deberes que, lejos de quitar libertad, los reclama para realizarlo. La biografía no es una vida vivida de cualquier manera sino una vida que establece relaciones personales fuertes y que, por eso, es capaz de comprometerse.

La dimensión biográfica sustentada en el amor también peligra en el existencialismo francés representado por Sartre y Camus. En efecto, esta posición es considerada la apuesta más arriesgada en la historia del pensamiento por una vida sin sentido, y por la comprensión de la existencia como un absurdo: el hombre es una pasión inútil abocado a la frustración. El drama del humanismo ateo —junto con la autodeterminación considerada como el aspecto más radical de la existencia—, es incapaz de explicar dinámica del amor como fuerza centrífuga que dirige la libertad hacia algo. En este contexto, el autor invita a recuperar el vínculo entre naturaleza y libertad que el existencialismo intentó romper: es la naturaleza la que marca el rumbo a la libertad.

En el ámbito alemán una corriente predominante a principios del siglo XX es la fenomenología. M. Scheler la aplicará a la ética pretendiendo fundar una ética sin ignorar los aspectos motivacionales del actuar, aunque dejando de lado el fundamento metafísico. La ética material es el intento de fundamentar la ética en la intuición de los valores —que se dan en la experiencia y se experimentan a través de los sentimientos—, para comprender el sentido de la vida. La ética de Scheler inspiró al V. Frankl, ampliamente conocido por su desarrollo de la logoterapia. No cabe duda de que el ciudadano del siglo XXI es posmoderno. El principal problema de la posmodernidad hunde sus raíces en una premisa fundamental: la negación de la posibilidad de acceder a la verdad. En efecto, todo conocimiento está mediado por la cultura de modo que no hay una verdad más allá de ella. Tras las huellas de Foucault la ética posmoderna se define como el cuidado de sí entendido como el cultivo de la propia vida sin que nadie nos domine: cultivo de placeres, del cuerpo, de la espontaneidad. No es posible encontrar en la existencia posmoderna un hilo conductor claro de la propia vida: lo único que hay son experiencias que se solapan sin unidad ni narrativa. Como estudio razonado acerca de la felicidad, la ética no puede limitarse a ser un caleidoscopio de perspectivas sugerentes. La crítica a los autores que presenta Ortiz de Landázuri desde el enfoque biográfico de la ética reafirma esta aserción. La clave de la ética biográfica es descubrir a quién queremos amar. He aquí una tesis fundamental del libro: es el amor el que vertebra la existencia humana y la dota de sentido, el que permite introducir orden en las acciones y alcanzar una existencia feliz. Ahora bien, solo es posible cultivar el arte de amar con racionalidad y hábitos consolidados.

M. Soledad Paladino

Instituto de Filosofía - Facultad de Ciencias Biomédicas,

Universidad Austral

spaladino@austral.edu.ar

DOI: https://doi.org/10.15581/009.57.2.015

https://www.eunsa.es/libro/paisajes-del-pensamiento_148923/